‘Por su bien’

Preceptos, decretos, sentencias, prejuicios…  Cada quien hace de su verdad una ley  y se cree con derecho de ser juez y parte en los pecados mundanos de los otros.

Ella dice que su corazón a Jesús le pertenece.  Ella cree que llevar su nombre es una cruz que carga desde que llegó a este mundo.  Ella creyó que su familia era su ley.  Ella se dejó crucificar cuando la traición terminó de lastimar su corazón en pena.

Ella cree que está pagando sus culpas y pecados según los mandos de quienes alegan ser dueños de la razón.

Por su bien, fue guardada bajo siete llaves, despojada de toda dignidad, respeto o consideración.
“Ya era hora”, decían, de aquietar su osadía, de domesticar su soberbia y amansar sus bríos de mujer independiente.  En pleno siglo XXI, aún se cree que una mujer sola es un peligro para sí misma y porque no, para los otros.

Intento recordarla altanera y desafiante.  Trato de rescatar sus manualidades, sus manos enseñándome a moldear cerámica, sus bríos invitándome a bailar folklore.  Trato de perpetuar su ayuda fiel e incondicional, sus detalles, su comprensión hacia mi propia rebeldía de mujer independiente.
Pero es casi imposible ignorar sus ojos que me miran desde un profundo pozo de desolación, sus músculos consumidos, abandonados en una cama, su cuerpo maltratado y falto de caricias, su orgullo mancillado cada día, su agobio y sus ganas de dejarse ir.  Ella que se entregó en cuerpo y alma a Dios, es manoseada, desnudada, lavada con desgano, tocada con desprecio y arrastrada por pasillos que nunca tienen salida.

Yo apenas si la miro, apenas si la toco con dulzura, apenas si le leo cosas bonitas, apenas si la abrazo, apenas si le dejo una bendición en su frente; apenas, porque es sólo un momento en esa larga e interminable agonía de días y horas que sólo esperan la muerte.

En el libro ‘La Quinta Montaña’, le dice Dios al profeta Elías, que muchas veces somos testigos de lo que sucede o sucederá, simplemente para aprender el valor de lo inevitable.  A mí, que tengo síndrome de Madre Teresa y complejo de Wonder Woman, la lección de lo inevitable se me hace casi imposible.

Sólo Dios sabe porque mis manos están atadas y porque mi corazón debe lidiar con tiranos y sometidos con la misma cuota de compasión y misericordia.

Cuando le pido a Dios prosperidad y abundancia, no es sólo para mí, andaría por la vida regalando días mágicos y muertes honorables.

Si me dejaras, querida Tía Mary, lavaría cada una de tus llagas, te envolvería en ropa bonita, limpia y perfumada.  Te traería a casa, te armaría una cama mullida con aroma a rosas, junto al altar de tu virgen protectora.  Te haría comidas y postres que te devolverían la sonrisa.  Te sacaría a pasear bajo el sol de primavera y defendería tu honor, como alguna vez lo hiciste conmigo.

Ella no pide nada, sólo una gota de cariño.  Ella no sabe que, por respetar su palabra, el océano me ahoga y mientras ella se agrieta con tanta sed; yo colapso tras un dique de silencio, rezando perdones que nadie pide.
8 de octubre de 2017
Narrativa personal / Testimonio en tercera persona

Por respeto, no incluyo una foto de la última visita al geriátrico, un lugar privado que hace negocios a cambio de la jubilación de un montón de personas abandonadas por sus familias.  Creo que un refugio para perros de la calle, cuida más de los animales y les da más cariño que estos depósitos de despojos humanos que prolongan la vida de ‘sus clientes’ sin importar sus necesidades, sentimientos o dignidad.

He decidido incluir aquí la foto de cuando la encontré en un lugar que tenía vista a la libertad y cuando ella aún estaba ‘casi entera’ y sonreía, cuando tenía su pequeño altar y aún era dueña de sus pocas pertenencias.


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