Geriátricos de por aquí

La mayoría tienen nombres acogedores con la palabra ‘hogar’,  nombres de marcas importantes o caballerizas de alta alcurnia.

A simple vista y si no excedemos la estadía en más de una hora en días de visita o días de fiesta, el lugar tiene un jardín, un sector de plantas y hasta se huele perfume en el ambiente.

Basta quedarse más de una hora o visitar a los ancianos en horarios o días poco frecuentes para descubrir otra realidad.  Las postales pueden variar un poco pero los detalles golpean los sentidos sin piedad y nos llenan de impotencia y espanto.

Las sillas de rueda se amontonan (junto con sus dueños) en una sala comedor con una gran pantalla de televisión.  Quienes no tienen silla de rueda, están atados a sillas comunes con trapos o cintas de tela.  En un rincón los asistentes y enfermeros pueden tomar su media tarde a pesar del hedor a orín por los pañales y ropa pasados y sin cambiar. Algunos ancianos hablan entre ellos, como pueden.  Cuando llega un visitante miran como mendigando un gesto, una sonrisa o una palabra.

Los dormitorios pueden tener dos o tres camas, no hay privacidad alguna.  La combinación de ‘huéspedes’ no tiene sentido: a veces pueden compartir la habitación una persona sana mentalmente con otra que no lo está.  Las prendas de vestir y calzado están identificadas con grandes letras de marcador negro.  Las pequeñas pertenencias personales pueden desaparecer en la noche, durante la comida o durante el baño.

Todas las personas internadas son tratadas por igual, sin importar sus síntomas, su enfermedad o sus capacidades.  Desde el momento que sus familiares o apoderados los depositan ahí, pierden toda libertad, independencia, decisión, dignidad, respeto o privacidad.  Nadie puede elegir cuando dormir o cuando comer; tampoco a qué hora tomarse una siesta ni usar el baño con discreción sin que alguien decida abrir la puerta.  

Salir al mundo exterior, para dar una vuelta a la manzana o comprar algo rico en el almacén del barrio, no está permitido, a menos que un familiar los saque con autorización.  Hay algunos establecimientos que ni siquiera tienen vista al exterior, sus portones parecen blindados y sus ventanas están selladas.

No hay actividades recreativas que estimulen su salud mental y emocional.  Los jardines están casi siempre vacíos.  Quienes están perdidos en su mente se mantienen tranquilos y aislados con una buena dosis de medicamentos y televisión.  Quienes están sanos y lúcidos van perdiendo las ganas, sus habilidades, su cordura, su fe y quedan atrapados en un sistema que se lleva todo el dinero de su jubilación.  Quien fue ingresado sano hace más de cinco años, reza por su pronta muerte o termina contagiándose de la locura que lo rodea.

Puedo llegar a entender que una familia interne a un anciano que no puede valerse por sí mismo y requiere cuidados especiales, porque ya no distingue realidad de fantasía y porque su demencia lo vuelve difícil de tratar.  Aún así, me queda la duda, si con amor y con cuidados contratados en su propia casa, no estaría mejor.  En algún momento del día o de la noche, todas esas personas, tienen un destello de luz, un segundo de conciencia que los llena de dolor y vergüenza.

No puedo entender que una familia decida internar a una persona que apenas llega a los 70, porque no es bueno que viva sola. La mayor parte de la sociedad piensa que una persona debe vivir acompañada y con contención.  Se prioriza la cantidad de años a vivir y no la calidad.  Se piensa que medicación, techo y comida es todo lo que hace falta.  ‘Por su bien’, una persona es despojada de sus bienes, sus pertenencias, su círculo de amigos, sus rutinas, su libertad y su dignidad, para dejarla en manos de una institución que poco sabe de sus sentimientos y emociones.

Hablando claro: la cuota mensual de un geriátrico ronda los 12,000 pesos (ARS), eso no incluye ni remedios, ni apósitos, ni productos de higiene personal, ni atención médica.  Con ese dinero, bastaría para que una persona lúcida y sana mentalmente, pudiera pagar un alquiler y sus gastos básicos.  Podría elegir si dormir todo el día, si desayunar a las 12.00 o merendar una tarta de jamón y queso.  Podría quedarse todo el día con las ventanas cerradas si no tuviera ganas de ver a  nadie o podría salir a caminar un rato o sentarse en una plaza a ver el día pasar.  Podría elegir cuando bañarse y cuando no. 

Podría dormir tranquila sin que nadie la despierte.  Podría tener su ropa sin grotescas identificaciones de campo de concentración.  Podría tener una soledad más digna, menos humillante.  Más aún, podría ganarse unos pesos vendiendo sus artesanías o trabajando en cosas que le gusten y su cuerpo aún se lo permita.  Podría regar sus plantas cada día sin temor a que sean destruidas sin razón alguna.

Cada persona tiene el derecho a vivir como le plazca, siempre y cuando sus actos no interfieran en la libertad de otros.  Cada persona tiene el derecho de vivir sus últimos días de la mejor manera que pueda, haciendo uso de lo que se ha ganado después de tantos años de trabajo.  Como me dijo una vez una interna: ¿Qué puedo haber hecho de malo para que mi familia decida encerrarme por el tiempo que me queda en un lugar así? (Considerando que ese tiempo puede llegar a ser mucho más que diez años.)


Hoy he leído una noticia que me ha dado esperanzas: una anciana de otro país ha muerto de una forma inusual.  Después de quedar viuda y recibir un diagnóstico de cáncer, eligió terminar sus días viajando y no sufriendo con la quimioterapia.  Hay hijos y nietos que entienden que el amor y es lo que importa.  El verdadero amor procura que el ser amado sea feliz y disfrute sin importar si estamos de acuerdo o no.

Si no tenemos amor, si somos humillados y no somos respetados, estamos solos, no importa dónde y con quien estemos.

Ojalá mis hijos y nietos tengan el amor y la sabiduría suficiente para comprender y  respetar mis deseos.

Me basta con una habitación y baño independiente.  Un lugar donde tener mi música, mis libros, mi computadora y mis plantas.  Me basta con poder fluir según mi cuerpo lo pida.  

Me basta con una taza de té y unas galletas si eso es lo que hay.  Pero no acepto bajo ningún punto de vista, mal dormir mis últimos días acompañada de una extraña que nada tiene que ver conmigo.  Si elegí vivir sola porque es mejor sola que mal acompañada, quiero elegir, cuando cambie de opinión, con quien compartir mis noches y mis días.




Susie
Susana Lorenzo
4 de octubre 2016 


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